Jorge Hernández Fernández: La redención de Carmelo Anthony: el camino hacia su caída y la historia de su regreso
Cuando el 8 de noviembre de 2018 Carmelo Anthony firmaba, como miembro de los Houston Rockets, uno de los peores partidos en su carrera NBA, con 2 puntos y una serie de 1/11 en lanzamientos ante los Thunder, el jugador no podía imaginar –a pesar de la pobre actuación- que sería el inicio de una larga travesía por el desierto. Aquel era solo su décimo partido con los texanos, pero sería el último.
Melo, diez veces All-Star y tres campeón olímpico, iba a ser apartado por los Rockets, con los que no volvería a ver un minuto en pista hasta que, en el mes de enero del año siguiente, sería traspasado (prácticamente regalado, más bien) a los Bulls, que cortarían al jugador. Nadie volvería a interesarse con él, no al menos para el punto clave en su caso: darle un rol deportivo de cierto valor.
Anthony se enfrentaba a un abismo impensable años atrás. Ni una sola franquicia se interesaba por sus servicios, los de uno de los veinte mayores anotadores de la historia de la NBA. Pero la caída, en realidad, había comenzado tiempo atrás y había sido motivada, en parte, por su percepción de su propio papel en la Liga.
A finales de septiembre de 2017, un año y medio antes de su salida por la puerta de atrás en Houston y cuando afrontaba su primer año como jugador de los Thunder (primera franquicia tras salir de los Knicks), Anthony fue preguntado en rueda de prensa sobre si, con 33 años, valoraba tener un rol desde el banquillo en Oklahoma, un equipo que teniendo a Russell Westbrook y Paul George en nómina podría necesitar un impulsor de banquillo más que otro macho alfa que pidiese balón en el cinco titular.
La respuesta de Carmelo Anthony fue viral:
Melo directamente no pudo evitar reír al escuchar aquella idea, ofensiva en su cabeza, descartando sin pudor que un jugador de su talla pudiera ser relegado a un papel ciertamente secundario. Aquello acabaría pasando factura: la negación adaptativa a un papel distinto al vivido en su carrera, durante una NBA cambiante, fue su condena.
Porque a pesar de que Anthony tuvo un buen papel en la fase regular con los Thunder (78 partidos, siempre como titular, con 16 puntos y 6 rebotes de media), registró los peores Playoffs de su carrera, con 12 puntos de media, un 37% en tiros de campo y por debajo del 22% en triples. Oklahoma cayó en Primera Ronda.
Aquel verano (2018) los Thunder se deshicieron de él, enviándole a Atlanta (en un trato que acabó con Dennis Schröder y Mike Muscala en Oklahoma). Pero los Hawks no tenían interés en un perfil como el suyo para su proyecto de reconstrucción. Y le cortarían, dejándole sin equipo hasta que los Rockets se interesaron por él.
Nada más salir de Oklahoma, en una entrevista con Jemele Hill en ‘The Undefeated’, Anthony volvió a hacer ver que era poco menos que una falta de respeto hacia su figura pensar en él como una figura de banquillo. “Sé cómo jugar al baloncesto, lo he hecho durante muchísimo tiempo. Cuando sienta que estoy listo para aceptar ese papel, salir desde el banquillo, lo haré. Pero solo yo lo sé. No voy a hacerlo en una situación en la que conozco mis capacidades en cancha. Al final, la gente que realmente sabe de esto entiende lo que puedo hacer sobre la cancha”, explicó.
La aventura de Carmelo Anthony en Houston no salió bien. Salió dos veces como titular en diez partidos (seis de ellos con derrota) pero entre su falta de efectividad en su rol de ejecutor (discreto 31% de acierto en triples tras recepción, un aspecto clave) y sus problemas defensivos, que (al igual que en los Thunder) le habían hecho pasar definitivamente al puesto de cuatro aunque sin éxito, por su falta de lateralidad y compromiso atrás, el experimento duró poco.
Después de estar más de dos meses sin ver pista en Houston, entre noviembre y enero, los Rockets le traspasaron a Chicago. Allí fue cortado. Un segundo equipo cortaba a uno de los mejores anotadores de la historia, hecho impensable no tanto tiempo atrás. Pero real en una NBA que caminaba hacia parajes distintos y que tenía a Melo perdido en su propia burbuja.
El juego al poste, una acción en la que se movió como pez en el agua durante toda su carrera, cada vez pesaba menos. Por poco eficiente. Y su facilidad para crear tiros tras bote desde la media distancia, otro recurso que dominaba, era mal vista. Por el mismo motivo: falta de productividad. Uniendo al cóctel los evidentes problemas defensivos de un perfil al que su cuerpo exponía y para el que su mente (actitud) no equilibraba la balanza, darle un papel importante a Melo, especialmente a ese Melo, no era sencillo. Ni, de nuevo volviendo al concepto clave, eficiente.
Pasaron los meses y cayó en el ostracismo. Ninguna franquicia pensó en Anthony para su proyecto, grande o pequeño, ambicioso o contenido. Ninguna. Hasta que ya iniciado el siguiente curso (2019-20, más de un año después de su último partido oficial en la NBA, los Portland Trail Blazers le dieron una oportunidad con un contrato no garantizado. Con 35 años, Anthony rascaba migajas para volver a sentirse jugador.
A Chris Haynes, en ‘Yahoo! Sports’, le contaba sus sensaciones tras un año alejado del negocio. Por decisión ajeno. “Honestamente, creo que fue un tema de que los equipos no querían verse en situación de lidiar con qué rol podía aceptar, cuestionar si iba a aceptar otro y toda la atención en paralelo de la prensa. Es decir todo lo que generaba a raíz de apostar por mí. No creo que nadie pensase en realidad ‘oh, no puede jugar, no puede hacer las cosas’. Sino simplemente que echaba para atrás todo lo que no tenía que ver con el baloncesto”, valoraba.
El mensaje no ahondaba en toda la verdad. Estar un año fuera del baloncesto, su gran amor, cuando aún se sentía más que capaz de aportar, llevó a Anthony a una fase de introspección personal casi desconocida. Cambió rutinas por otras nuevas, reflexionó sobre hacia dónde le había conducido un exceso de orgullo y quedó en paz al entender que un talento como el suyo debía también ponerse a disposición colectiva, sin importar el contexto. Y que solo así el hombre podría rescatar al jugador. Y ese jugador, a su vez, la sensación de libertad y felicidad que provoca la pista. La siempre adictiva pista.
La madurez de Melo llegó a tiempo para una nueva oportunidad. Con 35 años y las ganas de un niño.
Los Blazers se acordaron de Carmelo Anthony, seguramente por necesidad, como una bala que no podía generarles excesivo daño en una situación raquítica con respecto a su rotación de aleros altos e interiores. Un vestuario sólido, con uno de los líderes más extraordinarios que conoce la NBA actualmente, junto a una estructura colectiva también fuerte y bien entrenada, eran una salida viable para que Melo se reencontrase con su yo jugador.
Y así fue.
En 58 partidos con Portland (todos como titular) este curso ha dejado 15 puntos y 6 rebotes de media, elevando porcentajes (43% de campo y 38.5% en triples), siendo capaz de ejecutar en mejor medida el rol que le preparó Stotts (40% de acierto en tiros de tres tras recepción) y, además, mostrando más deseo en la parcela defensiva. Por fin una adaptación real a unas necesidades distintas. Melo encontró la forma de volver a hacer útil su talento: poniéndolo al servicio del resto y no solo de sí mismo.
No quedó ahí. En una temporada convulsa, detenida en seco a causa de una pandemia mundial, Melo concibió el parón como una oportunidad para ponerse aún más a punto. Es decir, entendió el problema como una oportunidad. Y así los más de cuatro meses sin NBA derivaron en un regreso especial: Anthony volvió a la acción en 104 kilos de peso, una cifra que evocaba a sus primeros años NBA, en los que como anotador ligero no parecía tener techo.
Su versión en la burbuja ha sido aún más sólida, más implicado en el lado menos amable de la pista y más acertado en el que siempre prefirió. Emergiendo como factor clave, desde el plano secundario, para que los Blazers acabasen llegando a los Playoffs. Resolutivo como antaño en el clutch (60% de campo y 55% en triples durante la burbuja), productivo en su papel de ejecutor tras la ventaja generada por otro y más adaptado, en definitiva, a una situación de menos bote y mayor pulcritud.
Ante los Rockets, Carmelo Anthony fue decisivo en ambos lados de la cancha:
Ante los Grizzlies, en el ‘play-in’, que daba acceso a los Playoffs, también fue resolutivo con un triple clave:
No ha dejado Carmelo Anthony de ser él mismo (por ejemplo el 30% de sus jugadas son acciones al poste, donde produce 4.4 puntos, la quinta cifra más alta en toda la NBA, solo tras Embiid, Aldridge, Jokic y Davis). Aunque sí ha entendido a modular mejor el uso (entender cuándo y ante quién) de una acción que, en el fondo, sigue siendo poco eficiente (0.90 puntos por posesión) y debe ser empleado más como recurso que como hábito.
Pero más allá de vicios sí, desde luego, ha cambiado su aparentemente inamovible consideración de estrella por otra más versátil, adaptada al grupo, sacrificada y al final más apropiada para momento y contexto. Ha abrazado la sombra al calor de Lillard, alguien que le ha impresionado sobremanera por su forma de liderar. “Nunca he jugado con alguien que haya llevado así a su equipo sobre la pista y como líder. Se preocupa de forma genuina por todos sus compañeros. Lo que es capaz de hacer es increíble. Es el mejor tipo con el que he jugado”, confesaba recientemente, aludiendo a cómo el Lillard persona puede ser, a la vez, caníbal en pista y enormemente solidario con los suyos. A cómo predica con el ejemplo y eso hace, por contagio, mejores a los que le rodean.
Carmelo Anthony ha encontrado la redención. Su talento sigue intacto pero el descenso a los infiernos, la soledad conocida y la (real) sensación de señalado que padeció le llevaron a un complejo período de reflexión que desembocó en su propia huída de las sombras. Siempre perteneció a la luz de la NBA, ahora simplemente ha entendido cómo volver hacia ella. Melo solo necesitaba una oportunidad.
Una ajena, de parte de una franquicia que volviese a confiar en él.
Y la vez una propia, para aceptarse a sí mismo en una era distinta.
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